Edición Especial De Padre Pio
EL MENSAJE DE NUESTRA SENORA DEL MONTE CARMELO
PADRE PIO
-SU VIDA EXTRAORDINARIA
-RELACIÓN CON GARABANDAL
-TESTIMONIOS
-SU MISA
PADRE PIO
EL ALTAR Y EL CONFESIONARIO ERAN LOS PILARIES DE SU MINISTERIO
SACERDOTAL.
Por Irene Dutra
... en él (Padre Pío) los aspectos que caracterizan el sacerdocio Católico estaban muy particularmente unidos y encontraron un eco espiritual: La facultad de consagrar El Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor y la de perdonar los pecados.
¿Acaso no fueron el altar y el confesionario los pilares de su vida? SS Juan Pablo II, 23 de mayo de 1987
San Giovanni Rotondo
En la madrugada del domingo 22 de septiembre de 1968, el ultimo día de la celebración de un triduo solemne que conmemoraba el 50 aniversario de su estigmatización, el fraile Capuchino, Padre Pío, debilitado y tembloroso, subió los escalones del altar de Nuestra Señora de la Gracia. Cientos de rosas rojas, donadas por “sus hijos espirituales” y grupos de oración de todo el mundo, decoraban el santuario.
La Iglesia estaba repleta de gente y cientos más se congregaban en las afueras. Mientras el sacerdote de 81 años de edad se acercaba al altar, observaba la gran multitud con gran amor y compasión. Luego, al hacer la reverencia, se sumergía completamente en el ofrecimiento de la Misa. Más tarde, como acostumbraba hacerlo por casi medio siglo, regresaba a la sacristía para escuchar confesiones pero después de haber oído a una docena de personas, se retiró, estaba ya muy débil para continuar. Esos penitentes serían los últimos en recibir su absolución.
A tempranas horas del 23 de septiembre, el Padre Pió falleció. La vida extraordinaria del primer sacerdote estigmatizado llegaba a su fin.
SUS PRINCIPIOS
Su vida comenzó en lo que parecía una manera común. Fue el cuarto de ocho hijos que tuvieron Grazio y Giuseppa Forgione. Nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, un pequeño pueblito en el sur de Italia. Fue bautizado el siguiente día bajo el nombre de Francesco. Sus Padres eran sencillos, trabajadores y muy piadosos que aunque apenas sacaban lo que necesitaban de su granja para sobrevivir, siempre le proveían a sus hijos con un hogar lleno de amor. “Costaba encontrarse aunque sean 10 libras en la casa,” Padre Pió recordaba mucho después, “pero siempre teníamos suficiente de todo.”
Francesco, que apenas a sus cinco años ya había comenzado a tener experiencias místicas, era un niño callado, le llamaba mucho la oración y la soledad, la penitencia y la mortificación. Al llegar a tener la edad suficiente, le fue encargado el pequeño rebaño de su familia. Por las mañanas, llevaba el rebaño a pastar y por las tardes asistía a la escuela primaria. A la edad de diez años, le informó a su familia que deseaba ser sacerdote, entonces su Padre, Grazio Forgione decidió migrar a América para ahorrar suficientes fondos y poder costear los estudios del seminario de su hijo. Grazio trabajo primero en una granja en Pensilvana y luego trabajó en Nueva York, ayudando en la construcción de Brooklyn, o “Broccolino” como le llamaban los inmigrantes Italianos. Los nueve dólares al mes que le enviaba a su esposa le permitieron a Francesco asistir a una escuela secundaria privada en su aldea.
En enero de 1903, Francesco ingresó al noviciado Capuchino en Morcone, lugar que le dio el nombre de Hermano Pío de Pietrelcina. El ya frágil y asmático novicio, se enfermó aún más en el noviciado, llegando a tener grandes fiebres y muchas otras enfermedades de índole misteriosas que le causaron gran preocupación a sus superiores.
El Hermano Pío fue ordenado Padre Pío el 10 de agosto de 1910, en la ciudad de Benevento y celebró su primer misa en Pietrelcina, en la misma y pequeña capilla en la que fue bautizado 23 años atrás.
En el reverso de las tarjetas de oración que se entregaron durante su primer misa, se leía una oración que él mismo había compuesto: “Jesús...este día al elevarte temblorosamente...que sea para el mundo el camino, la verdad y la vida, y para Ti, un sacerdote santo, victima perfecta...Que yo sea un altar para tu Cruz. Un cáliz de oro para tu sangre.”
En menos de un mes, El Señor le envió una señal confirmando la auto-inmolación del joven sacerdote. Mientras oraba en soledad, el Padre Pío recibió los estigmas, las cinco llagas de Cristo.
Confundido y apenado, le rogó al Señor par que le hiciera las llagas invisibles. Su oración fue respondida. Durante los siguientes ocho años, los estigmas, aunque muy dolorosos, se mantuvieron invisibles. Los únicos que supieron de esto fueron sus superiores.
Durante los primeros años después de su ordenación, su salud continuó deteriorando, al punto que el joven sacerdote tuvo que ser enviado a casa en Pietrelcina, para su largo período de convalecencia. En 1915, fue enlistado para el servicio militar, Italia había entrado en la primera guerra mundial, sin embargo, sirvió solo unos meses debido a que la mayor parte de su servicio militar lo pasó enfermo ya sea en casa o en el monasterio. En 1916, fue asignado al monasterio Capuchino en San Giovanni Rotondo, una aldea aislada en las cumbres del Monte Gargano en el sureste de Italia. Lugar en donde pasaría el resto de su vida desde 1918, con las visitas ocasionales que haría fuera del monasterio.
RECIBE LOS ESTIGMAS VISIBLES
Finalmente, al ser dado de alta del ejercito en marzo de 1918, el Padre Pío regresa a la vida comunitaria en el monasterio. Su muy único y especial ministerio sacerdotal comenzaría unos meses después con dos eventos extraordinarios.
El 5 de agosto, mientras escuchaba confesiones, tuvo una visión: una persona misteriosa se detuvo frente al y le clavo una lanza de fuego en su costado, la cual le causó tanto dolor que hasta lo hizo gritar. Había recibido la gracia de transverberación, una punzada física al corazón, “desde ese día” comentaría después a su director espiritual, “fui herido mortalmente, siento en la profundidad de mi alma, una herida que siempre se mantiene abierta y me causa una agonía continua.”
Un mes después, el 20 de septiembre, mientras oraba frente a un gran crucifijo en la sala del coro después de misa, el Padre Pío fue sobrellevado por un reposo profundo. Luego, apareció la misma persona misteriosa que le había herido en el costado. Rayos de fuego salieron del crucifijo, hiriendo al Padre en sus manos y sus pies. No fue hasta algunos años después que, al recordar detalles, le fue posible identificar a la persona misteriosa: “...un gran lucero brillaba alrededor de mis ojos” recordaba, “y de en medio de la luz, apareció Cristo herido.”
Al terminar el éxtasis, el Padre Pío se encontraba en el suelo, sus manos, sus pies y su costado sangraban. Debilitado y con gran dolor, se arrastro hasta su celda.
Aunque acogía el dolor de los estigmas, le causaba vergüenza el pensar que sus heridas se podían ver. “Alzaré mi voz y no cesaré de implorarlo”, le confió a su director espiritual, “hasta que su Misericordia le quite las heridas, no el dolor, pero solo las señas visibles.” Sin embargo, esta vez, su petición no fue respondida. Por medio siglo, el Padre Pío llevó los estigmas visibles.
Las heridas en sus manos, sus pies y su costado nunca cambiaron durante todo ese tiempo. Se mantuvieron frescas y sangraban constantemente, nunca se le inflamaron ni se le infectaron. El Padre Pío tenía se las limpiaba todos los días. Para cubrir las heridas de las manos, usaba guantes oscuros de lana y se los quitaba solo para cuando celebraba Misa. Las heridas de sus pies las escondía con sus calcetines, sin embargo, no podía ocultar el dolor que sentía.
LA IGLESIA INTERVIENE
A pesar de los intentos de los Capuchinos para mantener el secreto de los estigmas del Padre Pío, la gente comenzó a circular dicho acontecimiento y las multitudes comenzaron a llegar a San Giovanni Rotondo. Muchas curaciones y conversiones se comenzaron a reportar junto con otros acontecimientos de índole milagrosa. En el transcurso de un solo año, la vida en el monasterio comenzó a revolverse alrededor del ministerio del Padre Pío. Los frailes comenzaron a pasar bastante tiempo escuchando confesiones, recibiendo visitas y ayudando a responder a la gran cantidad de cartas que comenzaron a recibir en el monasterio.
En 1919 y 1920, la orden de Capuchinos y la Santa Sede ordenaron una serie de investigaciones médicas. Tres diferentes médicos examinaron las heridas y llevaron a cabo tratamientos para ver si se podían sanar. Sus enormes reportes médicos (un doctor hasta escribió un libro entero sobre el tema) describieron el estigma en gran detalle pero no pudieron ofrecer ningún tipo de evidencia científica con respecto al fenómeno.
Durante toda la conmoción, el humilde fraile mantuvo su humor sencillo. Cuando le comentaron al Padre Pío que un cierto profesor en Florencia había opinado que los estigmas eran el resultado de auto sugerencia, al Padre Pío se le iluminaron sus grandes ojos oscuros con una gran sonrisa y propuso que el profesor que había dicho esto se le quedara observando a un buey por bastante tiempo y que se auto sugiriera que le crecieran cuernos! Cuando diferentes historias descabezadas sobre el humilde fraile, llegaron a Roma, la Iglesia decidió intervenir, enviando a un grupo de investigadores apostólicos a San Giovanni Rotondo.
En 1922, la Santa Sede publicó una serie de órdenes y censuras que incluían: que el Padre Pío no debía celebrar misas en horarios regulares; se le prohibió responder cartas que llegaban al monasterio, se les ordenó a los Capuchinos, el traslado del Padre Pío a un remoto monasterio en el centro de Italia, una orden que fue eliminada después debido a las protestas de la gente.
Particularmente doloroso fue el momento en que se le prohibió al Padre Pío mantener comunicación con su director espiritual, el Padre Benedetto Mientras que varios de sus amigos se enfadaban y hasta se indignaban por tantas restricciones, el Padre Pío se mantenía sereno y obediente, acatando cada una de las órdenes, uniendo su voluntad a la de Cristo.
El 13 de Mayo de 1931, le dieron un golpe devastador cuando le prohibieron celebrar Misa en público y escuchar confesiones, inclusive hasta las de sus hermanos de comunidad.
El sacerdote estigmatizado, pasó los siguientes dos años en soledad y en oración. Sus Misas, celebradas en la pequeña capilla del monasterio, solo con un ayudante, usualmente duraban de dos a tres horas. Al referirse a este período doloroso de silencio, años después, decía que estaba completamente de acuerdo con lo que la Iglesia decidiera: “La severidad de la Iglesia siempre es necesaria para aclarar nuestras ideas, de otra manera, existiría un tremendo caos.”
El 15 de julio de 1933, después de más estudios por parte de Roma, la prohibición de celebrar misas en público fue removida y el siguiente día, el día de Nuestra Señora del Carmelo, el Padre Pío celebró su primera Misa en público después de dos años. La prohibición de escuchar confesiones fue removida en 1934.
Durante los siguientes 34 años, el Padre Pío, quien a su edad media era robusto, continuó con una agenda llena de oración y servicio. Se levantaba a las 2:30 AM; después de dormir solo unas pocas horas, para orar y meditar por varias horas antes de celebrar Misa por la madrugada.
Escuchaba confesiones por muchas horas durante el día. Su único alimento era el almuerzo en el refectorio, pero apenas tocaba lo que le servían. Después de almorzar, tenía una media hora de recreación en el jardín del monasterio, en el cual le gustaba contar anécdotas a sus amigos. Por la tarde, dirigía el Rosario y el servicio de Bendición, y al finalizar el día, bendecía desde su ventana a los peregrinos que se reunían para verlo, les decía muy afectuosamente “Buena notte, bella gente!”
SUS MISAS
“ El mundo puede existir sin el sol y el cielo,” dijo una vez, “pero nunca sobreviviría sin la Santa Misa.” Su misa, celebrada por la madrugada, era el centro de todas sus actividades, la oración silenciosa, la noche en oración, las horas después de la celebración Eucarística eran acciones de gracia prolongadas.
Nadie que le haya asistido en una de sus misas, se le ha olvidado la experiencia. Un obispo Italiano describió una misa en la que estuvo presente en 1960 de la siguiente manera: “en el altar, el Padre Pío se transfiguraba. Su rostro era extremadamente pálido, a veces radiante y bañado de lágrimas.
Había cierta intensidad en su fervor...contracciones dolorosas en su cuerpo...sollozos silenciosos...todo acerca de él, nos indicaba la intensidad con la que vivía la Pasión de Cristo”.
Otro Obispo describió las misas como una “participación autentica de la crucifixión, el sacerdote estigmatizado no solo renovaba el sacrificio místico de la cruz sino que vivía completamente en su corazón y en su cuerpo, la pasión de Cristo. El Padre Pío sufría cada parte de la misa”, continúa el Obispo, “La agonía de Getsemaní, la flagelación, la coronación de espinas, las burlas de la gente, el peso de la cruz y la misma crucifixión”.
Cuando el Padre Pío elevaba la patena y el cáliz durante el ofertorio, sus mangas se deslizaban y dejaban al descubierto sus manos heridas. Al ver sus manos heridas elevar la Sagrada Hostia, mucha gente renunciaba a sus vidas pecaminosas. Los Cristianos tibios se convertían en fervorosos y los no creyentes, comenzaban a creer.
SUS CONFESIONES Y LAS GRACIAS CARISMÁTICAS
Se ha estimado que en sus 52 años en San Giovanni Rotondo, el Padre Pío escuchó por lo menos dos millones de confesiones. Al comienzo de su ministerio, pasaba unas 15 horas o más al día. Después fue limitado por sus superiores a 6 o 7 horas, y hacia el fin de su vida, menos horas. Escuchaba confesiones de mujeres por las mañanas y de hombres por las tardes. Cada encuentro duraba unos 2 o 3 minutos.
¿Qué es lo que atraía a miles de personas de toda Italia y de otros países a arrodillarse en un confesionario, inclusive hasta esperar de dos a tres semanas para que le tocara su turno?
El Padre Pío tenía un profundo entendimiento de la enormidad del pecado. El mismo se confesaba cada semana, algunas veces hasta más. Para una generación que estaba perdiendo rápidamente el sentido de pecado, él era un lucero que despertaba en las almas el reconocimiento de la terrible realidad del mal. Sus exigencias sobre los penitentes eran fuertes: sin embargo, llevaban a un cambio de conciencia total y radical, un arrepentimiento profundo, un firme propósito de enmienda, en breve, a una verdadera conversión. “No le doy dulces a los que necesitan purgantes”, era su respuesta para los que ponían en tela de duda su severidad.
También tenía la gracia de leer los corazones; Dios a menudo le revelaba el estado del alma del penitente y le permitía revelar parcial o totalmente lo que tenía que discernir. El Padre Pío le decía a los penitentes los pecados que habían olvidado o que intencionalmente no habían mencionado.
Él era compasivo con los que eran sinceros y duro con los que necesitaba serlo. Si era necesario retener la absolución a los que no estaban arrepentidos o no se habían preparado debidamente para el sacramento lo hacía sin dudarlo.
“Vete, vete y regresa dentro de dos meses” le decía a los penitentes que rechazaba. Increíblemente, todos los que reprendía y sacaba de su confesionario sin absolución, regresaban bien preparados para hacer una buena confesión.
Cada mañana y tarde, cuando el Padre Pío hacía su recorrido hacia el confesionario, se podía ver una gran línea de hombre que lo esperaban, deseosos de recibir una bendición. Su gracia para discernir era obvia en la manera en que trataba a cada persona. A uno le podía dar una palmadita en la mejilla mientras que a otros los ignoraba completamente, pe podía dar la mano a unos para que la besaran y a otros los reprendía como un trueno. Pero si actuaba un poco fuerte con algunos era por razones sobre naturales.
Después de regañar severamente a un penitente, le aseguró a un hermano que “no estaba molesto en el alma, gritaba exteriormente pero por dentro gozaba.” Otras de sus gracias carismáticas que poseía eran la bis-locación y las fragancias. Aunque desde 1918 hasta su muerte en 1968, el Padre Pío nunca dejó San Giovanni Rotondo, hubieron numerosos reportes durante su vida de apariciones por toda Italia y otros países. También hubo numerosos reportes donde la gente describió que sintieron sus fragancias, algo como una esencia de flores y de vez en cuando a tabaco o a un aroma medicinal.
Desde que el Padre Pío murió, hay muchas gentes que han reportado verlo o que han sentido sus fragancias.
ATAQUES DIABÓLICOS Y LA PROTECCIÓN CELESTIAL
La Iglesia siempre ha enseñado que el demonio existe y debe ser confrontado en la vida Cristiana. Durante sus 58 años como sacerdote, el Padre Pío luchó continuamente contra Satán y lo venció quitándole muchas almas de su dominio.
Días antes de entrar al noviciado Capuchino en 1903, tuvo una visión poderosa que era como un adelanto de lo que sería su misión sacerdotal: una figura majestuosa lo llevó a un golfo que dividía una gran planicie. En un lado, había gente bella vestida de blanco, del otro lado había un horrible monstruo vestido de negro. Al joven seminarista le fue ordenado luchar contra el monstruo poderoso que de repente saltó hasta estar frente a él. Animado y protegido por su guía celestial, entró en combate, luchó ferozmente y venció a la bestia lanzándolo al suelo.
Mientras el Padre Pío era renuente al hablar sobre los ataques diabólicos, en obediencia a sus superiores fue que dio testimonio de ellos. En 1913, por ejemplo, le escribió al Padre Agostino: “Ellos descargan su enojo contra mí continuamente...mi cuerpo está completamente marcado por los golpes que recibe de las propias manos de sus atacantes...algunas veces me tiran de la cama.” Sus hermanos en el monasterio a veces tenían reservas sobre las batallas feroces que el Padre Pío luchaba. A veces escuchaban ruidos fuertes viniendo desde su celda, como cadenas que se arrastraban y muebles que eran lanzados por todos lados.
El Padre Pío, al ser confrontado con la realidad del poder diabólico, busca protección celestial, especialmente de la Santísima Virgen, cuyo talón aplastará la cabeza de la serpiente: Y de San Miguel Arcángel cuyas legiones pelearon y vencieron a Lucifer y sus rebeldes.
Desde que era un niño, el Padre Pío tenía una ardiente devoción al la Virgen María. Ya de sacerdote, se consagró a Ella y le encomendó todo su apostolado entre los pecadores y sufrientes, a su poderosa intercesión. Él rezaba continuamente, con Rosario siempre en mano. Usualmente, pasaba desde tempranas horas antes de misa, mientras el cielo todavía estaba oscuro, sentado por una baranda fuera de su celda recitando el Rosario. Dos días antes de fallecer, le dijo a un amigo, “Ama a la Madonna. Haz que otros la amen, y reza el Rosario. Es una armadura en contra de los males del mundo actual. ” El Padre Pío también tenía gran devoción a San Miguel. Como penitencia, usualmente enviaba a los que se confesaban con él a la Gruta de San Miguel, la cual estaba a unas 12 millas de San Giovanni Rotondo al otro lado del Monte Gargano
TODO SE HA CUMPLIDO
Al acercarse el 50 aniversario de su estigmatización, hubieron señales que el fin de su vida se acercaba. Las heridas en las manos, pies y costado habían dejado de sangrar y gradualmente se fueron haciendo menos visibles. De hecho, para el día de la misa de aniversario, ya casi habían desaparecido.
Nadie cercano al Padre Pío, quería creer que su fin estaba cerca, a pesar de estas y muchas otras señales. La noche del 22 de septiembre de 1968, el Padre Pío llamó unas 6 o 7 veces al Padre Pellegrino, el fraile encargado de cuidarlo. Cada vez que el Padre Pellegrino iba a la celda a verlo, el Padre Pío le preguntaba por la hora.
Luego a la media noche, como un niño asustado, el Padre Pío le tomó la mano al Padre Pellegrino y le rogó que se quedara con él. Quería confesarse y renovar sus votos religiosos.
Alarmado por la palidez del rostro del Padre Pío y por su agitada respiración, el Padre Pellegrino llamó a los otros frailes junto con los médicos de un hospital cercano. Acompañado por su comunidad de Capuchinos, el Padre Pío falleció a las 2:30 de la madrugada después de recibir los santos oleos. Sus últimas palabras fueron “Jesu...María, Jesu...María.”
Durante 4 días, fue expuesto el cuerpo del Padre Pío en la Iglesia de “Nuestra Señora de la Gracia” la cual se mantuvo abierta las 24 horas para acomodar el torrencial de gente que se querían despedir del Padre. Por la tarde del 26 de septiembre, fue llevado en procesión desde la Iglesia por las calles de San Giovanni Rotondo. Se estima que más de 100,000 personas siguieron el cortejo. Esa tarde, después de una misa de réquiem, su cuerpo fue enterrado en la cripta debajo del altar mayor de la Iglesia.
EL LEGADO DEL PADRE PIO Y SU POSIBLE CANONIZACIÓN
Después de la muerte del Padre Pío, la causa para su canonización fue abierta. La investigación diocesana fue concluida en enero de 1990 y asignada a la Congregación para la Causa de los Santos, donde se estudia actualmente.
San Giovanni Rotondo es hoy un centro de radiación espiritual. La “ciudad sobre la montaña” que el Padre Pío había visionado, comenzó a tomar forma durante su vida con la apertura en 1956 del “Hogar para Ayuda de los que Sufren”, un hospital que une la fe con la ciencia y que es uno de los hospitales mejor equipados y más modernos del mundo.
Muchas instituciones de asistencia han sido construidas desde entonces: un centro de rehabilitación para niños con retrasos mentales, un centro de retiros, un hogar para sacerdotes jubilados, entre otros.
San Giovanni es también el centro de los grupos de oración del Padre Pío, un movimiento que comenzó durante la Segunda Guerra Mundial en respuesta al llamado del Papa Pío XII de una oración más intensa. Hoy existen 2000 grupos de oración alrededor del mundo con casi un cuarto de millón de miembros. Para mantenerlos al tanto de nuevos desarrollos, el Monasterio de San Giovanni Rotondo publica en 6 diferentes idiomas “La Voz del Padre Pío”, una revista que contiene artículos sobre la vida del sacerdote estigmatizado y novedades sobre el proceso de canonización.
Para el futuro, muchos oran para que el Padre Pío sea beatificado pronto. Aunque el proceso de Canonización sea lento y complicado, hay suficiente causa para tener esperanza. Durante la vida del fraile Capuchino, a pesar de las restricciones y el silencio, fue muy estimado por los Papas Benedicto XV hasta Pablo VI.
El actual Pontífice, Juan Pablo II, le ha tenido desde mucho tiempo una devoción especial al Padre Pío. Cuando era un joven seminarista, fue a San Giovanni Rotondo y se confesó con el sacerdote estigmatizado. En Mayo de 1987, Juan Pablo II visitó de nuevo a San Giovanni Rotondo para celebrar el centenario del nacimiento del Padre Pío. En un discurso dado en la tumba del Padre Pío, el Papa honró el auto-ofrecimiento del sacerdote Capuchino como víctima de expiación y de reparación por los pecados de la gente. “Deseo agradecerle al Señor con ustedes,”dijo al final de su charla, “por habernos dado al querido Padre Pío, por habérnoslo dado a nuestra generación, en este siglo tan tormentoso.”
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